domingo, 31 de octubre de 2010

El corazón más hermoso

Un día un hombre joven se situó en el centro
de un poblado y proclamó que él poseía el
corazón más hermoso de toda la comarca.

Una gran multitud se congregó a su alrededor
y todos admiraron y confirmaron que su corazón
era perfecto, pues no se observaban en el ni
máculas ni rasguños.

Sí, coincidieron todos que era el corazón
más hermoso que hubieran visto.
Al verse admirado el joven se sintió más
orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró
poseer el corazón más hermoso de todo el
vasto lugar .

De pronto un anciano se acercó y dijo:
“¿Porqué dices eso, si tu corazón no es ni
tan, aproximadamente, tan hermoso como el mío?

Sorprendidos la multitud y el joven miraron
el corazón del viejo y vieron que, si bien
latía vigorosamente, éste estaba cubierto de
cicatrices y hasta había zonas donde faltaban
trozos y éstos habían sido reemplazados por
otros que no encastraban perfectamente en el
lugar, pues se veían bordes y aristas irregu-
lares en su derredor.
Es más, había lugares con huecos, donde
faltaban trozos profundos.

La mirada de la gente se sobrecogió
- ¿como puede él decir que su corazón
es más hermoso?, pensaron …

El joven contempló el corazón del anciano
y al ver su estado desgarbado, se echó a reír.

“Debes estar bromeando,” dijo.
“Compara tu corazón con el mío…
El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un
conjunto de cicatrices y dolor.”

“Es cierto,” dijo el anciano,
“tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me
involucraría contigo…
Mira, cada cicatriz representa una persona
a la cual entregué todo mi amor.
Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos
a cada uno de aquellos que he amado.
Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo
del suyo, que he colocado en el lugar que
quedó abierto.
Como las piezas no eran iguales, quedaron
los bordes por los cuales me alegro,
porque al poseerlos me recuerdan el
amor que hemos compartido.”

“Hubo oportunidades, en las cuales entregué
un trozo de mi corazón a alguien, pero esa
persona no me ofreció un poco del suyo a cambio.
De ahí quedaron los huecos
- dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor
que esas heridas me producen al haber quedado
abiertas, me recuerdan que los sigo amando
y alimentan la esperanza, que algún día -tal vez-
regresen y llenen el vacío que han dejado
en mi corazón.”

“¿Comprendes ahora lo que es
verdaderamente hermoso?”

El joven permaneció en silencio,
lágrimas corrían por sus mejillas.
Se acercó al anciano, arrancó un trozo
de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.

El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón,
luego a su vez arrancó un trozo del suyo
ya viejo y maltrecho y con él tapó
la herida abierta del joven.
La pieza se amoldó, pero no a la perfección.
Al no haber sido idénticos los trozos,
se notaban los bordes.

El joven miró su corazón que ya no era perfecto,
pero lucía mucho más hermoso que antes,
porque el amor del anciano fluía en su interior.

¡Desde aquí puedo ver lo hermoso que es tu corazón!

¡Que tengas un lindo día! El más hermoso !!

Reciban ustedes un pedazo de mi corazón….

jueves, 7 de octubre de 2010

EL MILAGRO DE VER


Tres personas iban caminando por un bosque: un sabio con fama de hacedor de
milagros, un rico terrateniente del lugar y, detrás de ellos y escuchando la
conversación, un joven alumno del sabio.
Aprovechando la presencia del sabio, el poderoso terrateniente le dijo:
-Me han contado en el pueblo que eres muy poderoso, que incluso puedes hacer
milagros.
El sabio le respondió:
-Soy una persona vieja y cansada. ¿Cómo crees que podría hacer milagros?
El hacendado insistió:
-Me han contado que sanas a los enfermos, restituyes la vista a los ciegos y
vuelves cuerdos a los locos. Esos milagros sólo los puede hacer alguien muy
poderoso.
El sabio repuso:
-¿Te referías a eso? Pues bien, tú lo has dicho: esos milagros sólo los
puede hacer alguien muy poderoso, no un viejo como yo. Esos milagros los
realiza Dios; yo sólo pido que se conceda un favor para el enfermo. Todo el
que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
El hombre con fortunas materiales le pidió:
-Quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que haces.
Muéstrame un milagro para que pueda creer en tu Dios.
-Esta mañana, ¿volvió a salir el sol? -le preguntó el sabio.
-¡Sí, claro que sí!
-Pues ahí tienes un milagro. El milagro de la luz.
-No, yo quiero ver un VERDADERO milagro -protestó el hombre rico-: oculta
el sol, saca agua de una piedra. Mira: hay un conejo herido junto al camino.
Tócalo y sana sus heridas.
El sabio le volvió a preguntar:
-¿Quieres un verdadero milagro? Bien. ¿No es verdad que tu esposa acaba de
dar a luz hace algunos días?
-¡Sí! A un varoncito, que es mi primogénito.
-Ahí tienes el segundo milagro. El milagro de la vida.
-Sabio -replicó el terrateniente-, tú no me entiendes. Quiero ver un
verdadero milagro.
El sabio inquirió plácidamente :
-¿Acaso no estamos en época de cosecha? ¿No hay trigo y sorgo donde hace
unos meses sólo había tierra?
-Sí -respondió el hombre rico-, igual que todos los años.
-Pues ahí tienes el tercer milagro.
-Creo que no me he explicado; lo que yo quiero...
No pudo terminar la frase porque el sabio lo interrumpió:
-Te has explicado bien. Yo ya hice todo lo que podía hacer por ti. Si lo
que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte.
Luego de escuchar estas palabras, el poderoso terrateniente se retiró muy
contrariado por no haber conseguido lo que buscaba. El sabio y su alumno se
quedaron parados bajo la espesura del bosque. Cuando lo vieron perderse en
la lejanía, el sabio levantó al conejo, sopló sus heridas y las heridas
desparecieron.
El joven estaba algo desconcertado:
-Maestro; te he visto hacer milagros como éste casi todos los días. ¿Por
qué te negaste a mostrarle uno a ese hombre? ¿Por qué lo haces ahora que no
puede verlo?
El sabio demostró su sabiduría, una vez más:
-Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo, algo que lo
sacudiera de su rutina y le trajera un nuevo motivo de sorpresa a su
monótona vida. Le mostré tres milagros y no pudo verlos. Para ser rey, antes
hay que ser príncipe; para ser maestro antes hay que ser alumno. No puedes
pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños prodigios
cotidianos. El día en que aprendas a reconocer a Dios en ellos, ese día
comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los
días, sin que tú se los hayas pedido.